jueves, 25 de agosto de 2011

La curiosa relación del ciprés y los cementerios

jueves, 25 de agosto de 2011
Existen muchos tipos de cementerios, sobre todo en la zona mediterránea, unos más viejos y otros más modernos, más o menos coloridos, pero siempre con un mismo punto en común: Los cipreses.

¿A qué se debe esta eterna relación? ¿Tiene alguna explicación física o es simplemente por un mito antiguo que se ha extendido hasta nuestros dias? Hoy descubriremos que la curiosa relación entre este arbol y el lugar que suele ocupar tiene un poco de, como nos gusta, mito y ciencia.

Las primeras causas de esta relación son intrínsecas al propio árbol, el hecho de que sea de hoja perenne, con una hoja de color verde muy oscuro, unido a un tipo de madera incorruptible, al igual que la del cedro, siempre lo ha convertido en un símbolo de inmortalidad y resurrección.

Pero lo más interesante se encuentra en un antiguo y bonito mito que los griegos fueron creando para asociar el ciprés con la muerte.

Nos cuentan que Cipariso (Ciprés en griego) era un joven cazador amado por el Dios Apolo, que tenía un cervatillo sagrado como mascota al que tenía una especial predilección. Un día de verano, salió con sus armas por el bosque, con intención de apresar una buena pieza y allí, vio como se movía la cornamenta de un ciervo entre los matorrales. En ese momento lanzó su jabalina y corrió para ver el trofeo que había conseguido. Al llegar y separar el ramaje, encontró a su gran amigo ciervo tendido en el suelo, con un charco de sangre rodeándole. El joven cazador comenzó a llorar desconsoládamente y pide a los Dioses, especialemente a Apolo, que lo estaba acompañando, que lo conviertan en un ser que pudiera llorar eternamente la muerte de su amado ciervo. Apolo contestó: - Serás llorado por mi, llorarás a otros y acompañaras a los que se duelan. En aquel momento, Cipariso fue transformado en ciprés, el árbol de la tristeza, una conífera que desprende de su corteza unas gotas de resina que simulan las lágrimas humanas.

Gracias a este mito, el árbol quedó ligado para siempre al culto de Hades, Dios del más allá y esto se extendió por las siguientes civilizaciones hasta llegar a nuestros días.

A parte de este mito, también hay que decir que físicamente es un árbol perfecto para este tipo de sitios, ya que el crecimiento de sus raíces es prácticamente vertical, lo que evita problemas como levantamientos indeseados del suelo y de las propias lápidas, que podrían ocasionar grandes destrozos.

Muchísimas gracias a Ana por estrenarse con este tema que seguro, no será el último. 

Fuente: Javier del Hoyo, profesor de Filología clásica de la Universidad Autónoma de Madrid



sábado, 22 de mayo de 2010

¿Por qué soplamos velas en los cumpleaños?

sábado, 22 de mayo de 2010
Como muchos de los orígenes, la historia se remonta a la época de la Grecia antigua. Los griegos tenían como costumbre ofrecer dulces a la diosa de la Luna, Artemisa, el sexto día de cada mes, puesto que los cumpleaños de las deidades griegas se celebraban con carácter mensual. En cuanto a los mortales, los cumpleaños de las mujeres y los niños se consideraban indignos de celebrarse, pero el cabeza de familia se conmemoraba con un banquete.

Los pasteles que ofrecian a la diosa estaban hechos con miel y tenían forma redonda representando la Luna llena. Sobre éstos, se encendían unos cirios que simulaban el brillo de nuestro satélite. Los fieles acudían al templo de Artemisa con los pasteles, soplando los cirios tras formular un deseo para que el humo lo transportara hasta la diosa para que pudiera hacerlos realidad.

Esta tradición de apagar las velas estuvo durante un breve periodo de tiempo y no resurgió hasta la Edad Media, gracias a campesinos del Sacro Imperio Germánico, que introdujeron un nuevo tipo de celebración para los niños, llamada Kinderfeste, donde el niño que cumplía años era despertado por la llegada de un pastel coronado con velas encendidas. Estas velas se cambiaban y se mantenían encendidas durante todo el día, hasta que, después de la comida familiar, se despachaba el pastel. El número de velas era igual al de los años que cumplía el niño, más una, que representaba la "luz de la vida".




 
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