lunes, 30 de agosto de 2010

¿Cuál es el secreto del acero inoxidable?

lunes, 30 de agosto de 2010
Esta es otra de las pequeñas cuestiones de la vida cotidiana que poca gente conoce su respuesta a pesar de que cada vez es más típico encontrarse electrodomésticos y utensilios de este tipo en sus hogares.

¿Por qué no se oxida?

Pues como muchos pensaréis, es debido a su composición, diferente a la del acero común. El acero inoxidable se compone de hierro, cromo, manganeso, silicio, carbono y, en muchos casos, cantidades significativas de níquel y molibdeno. Estos elementos reaccionan con el oxígeno del agua y del aire para formar una película muy fina y estable que consta de productos de la corrosión tales como los óxidos metálicos y los hidróxidos.

El secreto se encuentra en uno de esos elementos, el cromo. Este elemento desempeña un papel muy importante en la reacción con el oxígeno para formar esta película de productos de la corrosión. De hecho, todos los aceros inoxidables, por definición, contienen al menos un 10% de cromo.

Esta película estable evita la corrosión adicional porque actúa como una barrera que impide el acceso del oxígeno y el agua hasta la capa de metal subyacente. Como la película se forma con tanta facilidad y de una manera tan compacta, unas pocas capas atómicas ya reducen el grado de corrosión a unos niveles muy bajos. Además, como esta película es mucho más delgada que la longitud de onda de la luz, cuesta verla sin usar instrumentos modernos, por lo tanto, aunque el acero experimente cierta corrosión a un nivel atómico, parece no estar oxidado.

Por el contrario, el acero común reacciona con el oxígeno del agua y forma una película bastante inestable de óxido o hidróxido de hierro que crece con el paso del tiempo y con la exposición al agua y al aire. Como tal, esta película recibe también el nombre de herrumbre u orín, y adquiere un grosor suficiente como para tornarse visible con facilidad poco después de entrar en contacto con el agua y el aire.



miércoles, 4 de agosto de 2010

Claves y anécdotas de un simple estornudo

miércoles, 4 de agosto de 2010
El mismo acto de estornudar supone una sucesión de reacciones en cadena que terminan con un más o menos sonoro ¡Aaaatchíssss!...y con el lanzamiento de gotitas de saliva más o menos perceptibles, entre otras cosas, que salen a una velocidad excepcional de la cavidad bucal, impulsadas exclusivamente por la presión producida repentinamente. El movimiento de atrás adelante que acompaña a veces al estornudo, con la boca bien abierta, no añade absolutamente nada a la velocidad de las partículas.

La acción de estornudar moviliza un gran número de sensores en cascada, cada uno de los cuales desencadena un proceso irreversible.

Al principio, un ligero reflejo defensivo provoca un impresionante zafarrancho de combate. En cuanto se agita en la mucosa de las fosas nasales un cuerpo extraño (mota de polvo, grano de polen, bacteria...), las terminaciones nerviosas dan la alarma e informan al cerebro, que ordena una profunda inspiración (de dos a tres litros de aire) y a continuación la contracción de los músculos abdominales. Para terminar, ¡expulsión general!

El objetivo fundamental de este reflejo defensivo es expulsar al máximo número de intrusos potencialmente dañinos para el organismo. Y la expulsión de todo ese material se hace una velocidad ligeramente superior a...¡200 km/h!, sea cual sea el tipo de estornudo: un áspero y escandaloso "atchís", un áspero y ceñudo "atchá" con el mentón pegado al esternón o un cursi "atch" reprimido. Porque en todos los casos, la presión del aire expectorado es prácticamente idéntica.

Por citar alguna curiosidad relacionada, al estornudar nos es prácticamente imposible mantener los ojos abiertos, y esto se debe a un mecanismo de defensa involuntario que evita que los microorganismos expulsados puedan entrarnos en los ojos. Además en la Edad Media, se pensaba que al estornudar, a la persona que lo realizaba se le salía el alma volando.

Normalmente, cuando estornudamos, alguien de alrededor nos dice, "Jesús" o "salud". Esta tradición proviene de Roma, a finales del siglo VI, donde se produjo una epidemia de peste. Para combatir la enfermedad, el Papa Gregorio Magno impuso que, aquel que estornudara, debía ser inmediatamente bendecido con un "Que Dios te bendiga" para evitar el desarrollo de la peste. Con el paso del tiempo se acortó a simplemente "Jesús" o "salud".

Para terminar, he leído una última curiosidad del estornudo en otro blog, ¿te ha pasado alguna vez que al salir de un sitio algo oscuro al exterior luminoso, o al mirar directamente una bombilla que da bastante luz, estornudas? Si la respuesta es sí, que sepas que aunque nadie se lo crea eso pasa, y tiene base médica, aunque no muy investigada. Si la quieres conocer pincha aquí.

Fuentes:



 
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